22 noviembre, 2009

Sábado

Abrir de par en par las puertas del salón y desnudar los ventanales, trampatojo de otoño. Sueño y sábanas limpias. Café y espuma de leche. Dejar que Bach habite y orqueste esta casa. Arder de velas. Tiramisú de limón. Abro los libros y encendemos los fogones. Tu coche rojo que quiere ser un Cadilac de dos puertas. Video de José Mari Manzanares 502 veces. La búsqueda de una fotografía en mitad de la tarde en Decoramaquia. Perderme en el mercado, estudiar los puestos. El Continental: café, Camarón y sol de Otoño por un Euro con veinte. Camarón en Oletum, ayudándome a elegir el próximo libro. La calle completamente sábado. Besarme con el mediodía. El atardecer y la isla de cloro de ida y vuelta. Habitación de madera y calor. La noche. El cine en casa, arder de velas también.

16 noviembre, 2009

Nocturno

En la madrugada recién hecha se llega al muelle de otro mundo. Los charcos del alba son agua recién nacida y no tienen que ver con los charcos enturbiados del día. La calle es un solar tranquilo de edificios dormidos y aplacados. No existen los disparos del día. Reina la ropa blanca tendida como bandera ondeante de la noche y ver amanecer así, desde una buhardilla más cerca del cielo que de la tierra, el alcohol y la noche sentados en nuestras rodillas, fue un trago largo de vida. Es la noche una resistencia de Vichy, aquella buhardilla un galeón de madera donde buscar los lugares donde tiembla la tierra después de los abrazos, una esquina donde no llega el cuervo de las horas laborales, y sí el brillo de la cocacola de tus ojos; una esquina de humo y habanos, de ginebra que sirve para mirarnos sin los inhibidores de la luz y es también ese agujero negro embriagador: un lugar deshabitado de ti donde echarte mucho de menos.

11 noviembre, 2009

Naturales que surcan el frío

Vuelvo a este diván donde vives como un país de siempre jamás voy a perderte. Al amanecer bajando por esta cuesta de niños que delinquen, de mujeres amoratadas que trabajan un jardín, Camarón que ladra y vive, veo un cielo brillante de aluminio, nubes que solo estarán hoy. Me acomodo en la barra de un bar en el aperitivo de una conversación torera con un buen banderillero, en la que se carga la suerte con servilletas de papel. Hablamos de la nostalgia de la torería que no queda, sol de Luis Carlos Aranda por ejemplo, capote de Corbelle, la mirada íntima entre matador y peón que como amantes deben entenderse sin palabras, sin gritos desairados. Ahora que se llama a los toros a voces como un dialogo obsceno y desclasado: nada que ver con Pepe Luis que hablaba a los toros muy bajito y creaba un idioma al norte y al sur de la frontera roja de la muleta. Hemos quedado para más adelante, en el frio de ese duelo de caballeros andantes que es la tienta y en el yoga del toreo de salón.
Pensamos que también el aficionado necesita un invierno de frio para aposentar la memoria de las ferias. Sé que en la nieve del invierno serán huella de capote los lances de Morante de la Puebla y se habrá convertido en hierro forjado y seda la faena de Juli de Sevilla, y la Maestranza será una estación de primavera y el recuerdo de que fui contigo, una tarde donde no cabía nadie más. Aviones que buscaron el cielo de Barcelona y barcos que atracaron en la Monumental desde La Habana. Solo el toreo grande queda como una quemazón en la memoria y cruza el invierno y su rigor.
También en este tranquilo otoño, se aposenta en la memoria la alegría de los amigos que se casaron. Aquel paseíllo en lo alto de Asturias de un hombre feliz que saludó toreramente –así como Juncal- al respetable del templo. La noche y la nube de habanos –y un habano para Jaimearenillas sobre las dos de la madrugada-. La playa del mediodía contigo y con una mujer que leía novelas francesas. El regalo en la habitación del matador, recibiendo como Tony Soprano. También aquella boda en plena meseta emocinada, un Jaguar verde después de la fiesta, mujeres borrachas y un tipo que dice que me quiere. Tras el otoño, todo va bajando con ese ritmo de hoja apagada que planea hasta llegar a la meseta de la memoria y de la nieve del invierno: el toreo bueno, los amigos y los besos, la memoria de tus fotografías, los libros que recordamos, las playas nuevas: exilio del verano, la música que nos salva cuando llega el frío y la niebla reaparece para apagar la luz furtiva de los veranos, aquel calor del albero y los naturales.

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