Vermut
Volvemos caminando en días inconstantes. Nos quedan rastros, marañas, pocas conjeturas. Caminos dudosos. Tus ojos como el Old Fashioned. Más rastros y carreteras dudosamente ciertas, caminos transitables al sol, como la trama con amigo. Estribillo: golpearle al sábado, dejarlo sin siesta. Avanzar el vermut, como una infantería, como un beso largo, tanto como un túnel. Puedes juntar la mañana y el mediodía. Poner el rojo del Campari en el atardecer, hacer niebla de una nube de Habano. Puedes juntarlo todo, hasta que el sol es ya una nostalgia, atravesada por el puñal de la noche. Podemos parar las balas. Con la mano. Y tú y yo salimos de un sótano con arcos como párpados de ladrillo, habiendo mordido la fruta del cocktail, su almíbar, el vértigo de las mujeres rubias: ese es el prodigio, el trazo de las curvas. Entonces nada que anteceda a la célula. Luego tú vuelves duchada por la siesta de la tarde. Redondeándote. Con el alcohol veo sombras como togas. La noche no tiene paredes. Te veo solo caminando por New York. El sueño es inmensamente ancho. La nieve donde vive Jaime muy blanca.