Barna
Tomé taxis, un avión de hélice, trenes lentos, rápidos y el tren perfecto, metros que ensucian la piel, vagones que bucean el día. Dormí solo en una cama blanca. Vi el mar de invierno. Barna tiene una poética de pedaleo en bicicleta, un toque perezoso y provinciano. Palpé su costra de abrigo burgúes y su luz de escena de Woddy Allen, su marzo en diciembre. Barna tiene su Harlem como el nuestro, lo vi: una fila de taburetes desnudos y una negra con los labios rojos cantando por Diana Krall. Me perdí hasta sentirme descalzo. Comí mal y cené peor, pero me bebí la brisa del mar y el runrún de triunfo Tomista y farlopa que vuela como el eco en la Monumental. La Monumental es un refugio antiaéreo y español y José Tomás la Resistencia, el fleco del último suspiro antes de ver arder París; su natural la bandera roja. Tú me trajiste aquí cuando yo no sabía aún que las playas quemaban. Me acuerdo: el calor, el R12, amarillo, tu codo acribillado de sol en la ventanilla y mi muletita en el maletero. Me despierto en un tren de cercanías y los sms son una excusa para sentir el frío de los besos mesetarios. Abro y no abro Verónica: otra excusa para sacarme del mundo. Resisto. Entre vías llego a Madrid, vuelvo a casa y pienso en mi madre y en esa cosa tan bonita que me dijo. Y el subidón, la fiebre, la droga no fueron los contratos, ni la prisa, ni si llegaré, ni el gol que quita las telarañas a una cláusula; la metadona de este día tristón fue Morante y Jaime con esa abrazo tan torero y cinematográfico en mitad del pitido de final de partido de un tren que atraviesa el fondo marino de una Iglesia. Morante desafía su tristeza y a Sevilla, separa el agua flamenca del Guadalquivir con encaste santacoloma, con sueño, y pasión torera. Con esa pasión de cantar de gesta que ya no tiene el toreo. Luego pasará algo o nada. Los sueños tienen también su puerta del príncipe.