Adiós de Frascuelo
El adiós de Frascuelo era justo. El final siempre está más en el olvido que en la intención. Todas las acepciones de adiós caben ahora: cabe la acepción de interjección para evitar un daño, cabe la interjección para expresar decepción e incredulidad y desacuerdo y sorpresa. Sirve la acepción de adiós muy buenas: conclusión, rechazo. Frascuelo es flechazo de Madrid y tuvo recientemente los muslos rotos por un sueño perseguido. Fue a los medios de Madrid tan celeste y oro, tan joven y tan viejo. Y la empresa con sus muslos fríos y un corazón de oficina, dejan a Frascuelo, celador y torero, fuera de Madrid. Frascuelo que perdió el pelo entre cornadas y sueños y veranos de Madrid y calores, y ese sueño torero suyo que es un sueño misterioso e insistente. El final es si nos olvidan, no si nos dejan, no si malgastan caricias, no si se van con otro: esos nombres que se ven en los carteles y que quitan el hipo; nosotros no olvidamos a Frascuelo, torero mayor tan enamorado, madrileñísimo, tan de purísima y oro, ni su andar Chenel, ni su trinchera casi idéntica, ni su maravilla de redondo. Ni su andar por la plaza. Hasta los fracasos de Frascuelo, también los más recientes, tuvieron sabor. Desleal cerrar Madrid a Frascuelo, que siempre tuvo un sueño de gloria bajo el cielo velazqueño del foro de Las Ventas.