Memoria del sábado 10
Abandoné el sábado en la nieve del tiempo. Le di blanco y frío y distancia en el ruedo del verano. Ese día llegué hasta la cima de los besos. Hice la silla. Pasé la mañana con Camarón, el flamenco y mi perro. Los dos. Corrí como si quisiera llegar a algún sitio. Atravesé de la mano de mi hermana, el trigo amarillo, los mares de vino; en un Bentley de 1950 blanco perla, como si atravesáramos la infancia, los años, dejando todo atrás. Detrás de 1950. Rodeado de sol y vestidos largos y gente bebiendo champán. Ocupé tu lugar como un soldado de gris, de purísima y oro. Besé a mi hermana vestida de novia, ya liados, a la novia vestida de hermana. Los besos son la solución, la memoria. El equipaje. Y atravesé como si no hubiera más mundo una alfombra roja bajo el fuego amigo y emocionante de una cantata de Bach. Sentí lo dura que es la vida. Recordé a todas las personas que a mis hermanas y a mí nos ayudaron a llegar hasta ese día: a los que viven y no estaban y a los que viven más lejos. Les di las gracias; vi a mi madre llevándonos al bus del colegio. Vi el mapa de todos sus besos. Te miré desde muy lejos, atravesando los oteros para verte. La memoria rugiéndome en el pecho. El futuro azul cómo un océano. Y de noche huyendo en un coche blanco y descapotado con una luna de whishky brindé por vosotros. Porque podáis volver siempre a este día. Como una isla de amor para vosotros. De todo lo demás ya casi no me acuerdo. Y tu sabes: "...y que todas las noches sean noches de boda y todas las lunas sean lunas de miel."