Moranteando
Bilbao es un cielo negro en agosto. El ruedo de vistaalegre es metálico, negro. Un espejismo de su cielo. Llamo a Jaime a la puerta del Hotel Ercilla que es una puerta de cuadrillas urbana, flasheada y chic. Mientras suenan los tonos de la llamada como pasitos hacia Bélgica cruza Morante con un vestido sin luces, de hilos blancos como la piel de la luna cayendo por la anatomía. La idea es que ese duende torero cruzara el mapa de Europa siguiendo el camino del exilio. Morante va envuelto en una seda verde. Luego pasa Curro con un traje negro y esa verónica melancólica de Madrid. Reviso otras semanas grandes aquí, busco las ventanas de nuestras noches en este hotel. Reviso esta plaza ahora cruzada por vagones de metro y claro que debemos volver a los lugares donde fuimos felices. Morante mantiene con la voz a un toro inválido. Descalzo sobre la arena negra se apasiona con lo imposible y dibuja un natural decadente a un toro sin médulas, ni hueso que lo sostenga. Los metales de la arena embadurnan las medias del torero y Morante es un torero con pies de barro negro y muñecas de fantasía hoy dormida. Llueve siempre en mitad de la fantasía dice Dante, por eso hoy no llueve en Bilbao ni tampoco hay fantasia, ni genio, ni duende. Vuelvo a tener casa en Bilbao. Como antes. Y una delantera, y a esta mirada azul que me acompaña le cruzan en el pecho de una camisa blanca unas letras color carmesí: moranteando. Esta es la palabra y la intención. Un escape de la vida que llevamos. Una espera para ver si pasa algo. Si tiembla el suelo ferruginoso de Bilbao como el día 21, si se abre ese capote. Si vuela. Si volamos nosotros. Si podemos con este cielo negro. Luego salgo de Bilbao y desde arriba rugiendo el coche la ciudad amanece a la noche con miles de destellos de farolas, rodeada de monte y verde vasco. Regreso como en un tercer grado a la penitencia del verano mesetario y moquetero, a la voz de mi madre que me pide que vaya despacio y que la quiera y que no me olvide de parar en las mismas gasolineras de entonces. Y yo paro y el acto de repostar es una oportunidad para ver el cielo cuajado de nubes blancas y para pensar en seguir adelante o en volver o en volver el viernes también, que regresa Morante a la conquista sevillana de Bilbao.