Volar
Ayer se agachó en un reclinatorio pagano un príncipe gitano, vestido así como Rafael de Paula: negro, azabache, rizos eléctricos de Camarón, terciopelo todo para no desentonar con la textura de una mirada buena, que se te fija, colgada unos segundos diciéndote desmayada : bueno tío, yo te doy lo que tengo. Flotaba en un bar pequeño la voz de Sinatra y la sombra negra de Julio, emplazada a veces en el burladero de la barra, con una muleta de cristal y hielo y alcohol de quemar, flotaban como dos luces brillantes en lo oscuro las dos gotas de océano de otras veces, bailaba un tipo sin perder la compostura, vestido impoluto, citando esta vez para volar después de la madrugada: tomar el camino de la luna escondida, poner en altura , entre nubes y luz limpia, subir hasta el cielo y abandonar una estela, un bucle que suspenda más allá del suelo las horas felices.