25 junio, 2009

José Alvarez "Juncal"


Juncal es barato y es un lingote de oro. Un pasodoble inmenso. Compro y me regalo una nueva edición de Juncal. Juncal es la memoria UHF, héroe y canalla de mi padre. Sombrero blanco sensible, sinverguenza y torero hasta en los andares. Es Juncal lo mejor que ha dado el celuloide. Enfoca el toreo desde el perfil amargo de fracaso, por una rendija se atisba el significado de la gloria y ascensión a la cumbre hermosa del toreo. Es un catecismo para el mundillo, huye del mito, del ruido de castañuela y folclore y mal aliento de otros ejercicios voluntaristas y esterotipados. Juncal bebe en las fuentes de Bienvenida y Paquiro y cose los fotogramas con hilo de Rilke y ese áurea actoral de Francisco Rabal, torero grande, cargando de verdad la suerte en la pantalla, bordando el suburbio gestual de torero, su andar y lo que es más difícil, su mirada. Mirada que como una catarata hace ver todo a través del toro, la vida y la muerte, el arte y la belleza, el milagro curativo de la penicilina. Recoge Juncal la misma luz e intimidad de sacristía, luz de vela tenue y miedo: miedo, cangelo, guingdama…, de ese ring contra el tiempo que es la habitación del hotel y su crucifijo de luces y seda que es la silla. Recorre con sabiduría todos los palos de este cante, el mundillo de guayaberas y apoderados, la magia de la muleta roja en el campo. Las mil acepciones del miedo. La imposibilidad de ser Lagartijo y Belmonte en aquella escena de Armiñan, de luz primorosa sobre las sedas vírgenes de los vestidos. La dura distancia entre padre y torero, entre torero y torero. El sonido del campo y el galope sobre el verde de los toros, el toreo de salón, y Juncal como un ángel de traje blanco cruzando la gloria del puente de triana, saludando cada mañana la princesa con labios de puerta del príncipe. También el primor de Búfalo y su pitillera de plata en su pecho que perteneció a Ricardo Torres “Bombita”, porque la propiedad amigo como decía Prudon es un robo. Y toda esta fiesta torera esta soleada de ternura: las vivencias de un sinverguenza muy torero, con un sentido de la amistad y del torero inquebrantable hasta la misma camilla del Doctor Ramón Vila. Juncal trasciende al tiempo y debiera ser imprescindible, vuela ahora esta estirpe los vuelos del capote de un banderillero cabal y pronto un muchacho se anunciará Juncal en los carteles, cruzará todas las puertas del príncipe, se vestirá de blanco y comprará un cortijo que se llamará “Los Juncales”.

16 junio, 2009

La noche del Joglars


Hay noches que tienen un cielo de verbena, el mismo crepúsculo de fiesta que tiene el teatro al bajarse el telon. Al amanecer del juego de luces y de silencio le siguió el sol de la primavera de Vivaldi que resuena en mi memoria de norte a sur desde entonces. El sábado la pantalla de la tarima y la fantasmagoria fue disfrazando una abrumadora fantasía actoral. En un rincón oscuro de la noche Fonseret, Ramón, líaba cigarrillos de picadura de tabaco. Como Plá. Con el mismo misterio de un torero antiguo, muy Rafael Ortega, con la misma mirada cinematográfica de Rafael Sánchez Mazas corriendo por el bosque, apartando la lluvia y las ramas del camino a su paso, esa misma mirada de lluvia que se posa en la memoria, que atraviesa las ventanas de la pantalla y vuela con nosotros después del cine. Tiene El Joglars un imaginario daliniano y diferente, un sentido de la escena, del ritmo y de la virtud de sus vaivenes muy torero. Una bóveda en la que se muelen los sueños. Fonseret tiene sobre las cosas una voz exilada y sabia y una mirada sobre el toreo que es escena y cuerpo y gesto y magia. Postura y danza. La mirada de El Joglars sobre el toreo es larga, más alla de los símbolos magullados y los miedos perdurables, su argumento: un escudo quijotesco y memoriado sobre lo que fue Barcelona en el toreo y sobre lo que es en realidad el toreo: ave que sobrevuela las banderas, la lenguas porque se besa hasta con el quiebre de la caligrafía del Japón. Este cainismo español, el alambre de las fronteras, la estrechez de las mentes. El fango de la ignorancia al fin. El toreo a la vuelta de página de un siglo ha vencido el olvido del mar, volvió a conquistar américa y el fulgor de su sangre mezclada con un vuelo rojo de muletas enamora la mirandas rasgadas de los asiáticos.

También El Joglars ha llegado a ese latido oscuro de todo aficionado: la controversia entre toro y torero, el campo de batalla íntimo de dos amantes: animal y muleta, la sábana blanca de la verdad. Toda palabra hila un laberinto y de cualquier laberinto se sale con palabras o con un manojo de naturales. No sé si esta controversia ayudará a tranquilizar la lágrima fría por el toro, el fulgor poco comprensible de su sangre hirviendo en la geografía del mundo perfecto, en la filosofía del hombre cabal. De momento antes del pensamiento ortegiano llega el relámpago incomprensible del pellizco de esta fotografía: el actor toreo metiendo los riñones, de rosa y oro como Manolete, el natural ceñido el mentón hundido, el palillo teoría Bienvenida cogido con las yemas de los dedos, muy cerca el actor toro entregado por abajo, sobrevolando las ingles del matador.

A veces uno siente la plata de la vida entre las manos, la lengua paladea los minutos como hormigas de caviar negro y frío y la madrugada es un trago de champán con la quimera puesta al borde las copas, ese vértigo imparable que toma la vida y que hace sentir que después de la luna que alumbra la noche y que precede al día y siempre es otra, no existen los lunes y hay un sol que alumbra completamente verano.

(c) Fotografía Paloma Aguilar.

06 junio, 2009

Esplá torero de vueltas azules


Debe ser grande ver de cerca el tiempo, tocar la piel de alamar de un minuto de gloria y memoria que se deshace efervescente.

Despedir, sentir el dulce viaje entre hoy, ahora, el éxito de luces y seda grana, la sombra de calle de mañana. Esplá hoy, ese vértigo que está tan cerca del pasado imperfecto, la consciencia fugaz del presente. El tiempo atrapado en el círculo del ruedo. El leve tiempo en que la montera gira en el brindis y cae boca arriba con toda la historia de uno en su interior. Esplá hoy con un toro colorado. Nosotros vemos a Luis Francisco en la memoria y aparece una sombra cárdena y una mente que resuelve las aristas afiliadas de la casta, hecha problema o largura generosa. Un labrador de torería. Descreído de una despedida cárdena y romántica de Esplá, generosidad y agradecimiento obligan: me emocionó verle cruzar la arena de Madrid, decidido como quién llega a un lugar presentido, acercar la montera al corazón y sentir de cerca la dulce brisa del tiempo que no vuelve ya a vestirse de grana. Iba el vestido grana y oro de Esplá camino del trazo de luz de esta primavera, del limbo hoy exagerado y sentimental y justo de Alcalá; y de la sombra oscura de un armario, de la memoria, nectalina del recuerdo. Vencido el puñal del viento, el gris de la tarde, los años que pesan, el peso del adiós. Puede que recordemos algún redondo de hoy ceñido y lento, los remates de siempre en la memoria, su andar, la anatomía del Gallo (Rafael), pero más nos deja Esplá: una memoria torera y romántica de contornos diferentes, de respuestas anejas, una muleta hecha mente y lidia. Da igual la muleta retrasada de siempre que no deja de ser una propuesta. Todo en Esplá tiene esa poética de la naturalidad. Está la tauromaquia esplasista desnuda de todo metal, de toda afectación y orfebrería; las formas de su toreo son expresión natural y luminosa, escultura de Berrugete: los naturales a medio desmayar de ayer. Su muleta esconde, como esa vuelta y forro azul coquetamente asomado, solución, inteligencia, coordenada del terreno y torería de los años veinte hasta en la misma sonrisa. El alfabeto silábico del toro. El sabor en blanco y negro de las fotografías de otro siglo. La máquina del tiempo. El sentido de la lidia hoy olvidada –porqué no lidiar un toro de hoy sólo sobre las piernas y matar por derecho-. Después de estos toreros, uno se queda como en esa soledad de cafetería después de que un amor te deja a medio vivir, a medio café, a medio querer. En la balconada del luego, en la incógnita sangrante de que ojos me mirarán así, qué muleta dará latido e ilusión e impulso al alma que se levanta de un tendido.

Lo cierto es que hoy que corrimos Castellana arriba detrás de un taxi blanco que se llevaba mi espuerta, que la mañana me acogió en el burladero torero del número 23, justo en frente del jardín del Hotel Villamagna donde Federico Canalejas cargaba la suerte de la madrugada, hoy que bajábamos la cuadrilla del arte la Calle de Alcalá con sabor de hierbabuena y ginebra, con gana de romero, con pasión de vela encendida y semana santa: saeta de capote rosa por favor, balada de Morante de La Puebla, esperaremos. El viento acuchilló la muleta de Morante, la zarandeó como bandera de velero. Pero no hay viento ni cierzo valiente que borre el relámpago, el capote que a tí mirada azul y un poco rosa, te quita el sueño. El insomnio de la verónica del día 21. Saeta de capote rosa, balada de Morante de la Puebla, esperaremos.

(C) Fotografía Juan Pelegrín.

03 junio, 2009

De Frascuelo al toreo bohemio

El viernes tomando la calzada romana que te lleva al Bierzo, antes de la noche, después del naufragio de Frascuelo. Retrasé el viaje por verlo, castizo, torero y sensentón, solo alimentar la memoria con un canapé de trinchera clásica, Chenel y crujiente. En este tiempo de toros decadentes, la casta por el almíbar. El tiempo lleva a Frascuelo a esa agua donde los toreros no hacen pie y el sueño, la esperanza, se hace pesadilla. No por eso pierde Frascuelo su leyenda, su medalla romántica. Su pasión por andar el camino. Cómo olvidar el pecho roto de Frascuelo y su amor al toro. Eso si quizá a los príncipes de Madrid en esta feria de saldos debiera tratárseles mejor. Para eso debiera haber empresarios también románticos que quisieran paladear el canapé de Frascuelo o el lance a la verónica de Pauloba. Digo romántico por sentimental, generoso y soñador. Poco romántica ha sido esta feria. Esta gente administradora de Madrid y comisionista, solo habla de caja y dinero. No habla de sueño, ni confecciona carteles sentimentales. Y lo peor tampoco les duele este toro moderno y vacio. Caja, parné, duro y beneficio. Quién sabe de los honorarios de Diego Florez ayer en el Teatro Real (¿), ni el coste de su voz volando por los jardines abiertos de la Plaza de Oriente, ajustando cuentas con su pasado militar y espurio: una voz decente en la Plaza de Oriente, es otra victoria.

Ayer soñé que Tony Soprano y Silvio, tomaban las riendas de Madrid. No vi más que una habitación blanca llena de carteles antiguos, la fotografía que tengo de Manolete en las manos de Tony, las manos donde cabe América y humo de Habano. Yo creo que Soprano no haría caja en Madrid, que tomaría su código bohemio para enamorarse de la bohemia de Morante y su caja verdadera estaría en los tacones de aguja que parten el granito de Madrid. Cabe en este siglo el toreo bohemio, apartado de las normas, de la moneda, de la convención y asentado en el sueño artístico. Mi duda es si cabe esa misma bohemia para el toro: el toro íntegro, la búsqueda de la casta. La mirada brava. Y más dudas, si cabe en este siglo el empresario bohemio y romántico, aunque sea por momentos. Como aquel empresario que conocí que llevó a la orilla del cantábrico al mismo Rafael de Paula y claro hubo lluvia en la taquilla y olas por verónicas en el mar.

El camino del Bierzo lo hice entonces con Frascuelo, la voz de Sánchez Bolín atravesando Castilla conmigo durante un rato, dando vueltas a esta romántica del toreo, girando el volante, ajustando el trazo negro de las curvas, el campo amarillo, el teléfono de Jaime que se corta. Y sin darme cuenta llegué a ese territorio narcótico que es la mirada de Nora. Puedes ver con Nora en brazos la primera madrugada de la infancia recién estrenada, el primer brote de hilo que teje como una araña el tiempo, esa sonrisa inocente de flor recién estrenada nos mata. Esa manera de beberse la vida cada tres horas y de conectarse con el mundo como si llevara ya media vida en el barco. Estos días entre la frontera azul del país de mayo y junio, en los que tres meses y medio son un regalo, un océano de ternura, una compañía que ya si te alejas, extrañas.

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