28 abril, 2007
La noche lleva un susurro tormentoso y sobre mis huesos cayó a voces una tormenta, agua que suena como una canción de los Stones. El sueño sube por las paredes de la noche como una araña tranquila, después de ver un bar recién inaugurado. La mujer que sabe de la niebla y del color de todos los peces vence un mareo caprichoso. La luz de Fort Apache cruza como una centella de este a oeste de la casa y el lucernario es un remolino de luz, un jardín acristalado que ve doblar la esquina a niños descalzos y escucha y huele los aromas que salen de los fogones. El dulce vapor de los amigos empaña los cristales y la cocina es un reguero de copas de Apolonia, de gotas de azul océano que entran y salen, de toques de cuchillo, de baños de tempura, de pescado blanco sobre una cama de agua de aceite y barcos hundidos de patata. Y busco el sueño para en la almohada del amanecer soñar como ayer con tu pelo que se vuelve azul, para descansar los kilómetros que llevan mis huellas y porqué no, para poner algún recuerdo con ese punto exacto de sal que evite el escozor, ese punto que sólo da el sueño, dejando una flor debajo de la almohada.
24 abril, 2007
Grande, Morante
Emborrachado de Morante ayer, borracho de sorpresa, las pupilas como dos lunas llenas viendo a Morante cruzar el cadalso que conduce a la puerta del miedo. Se hincó Morante de rodillas en la angosta angustia por donde sale el toro en Sevilla, se arrodilló el arte y los duendes a portagayola. La magia barroca de Morante.
Gesto torero: se hizo espada el arte amorantado y riesgo y casi sangre. Hay en la mirada de Morante de la Puebla algo perdido para siempre, una mirada sobre el toro que viene del otro lado, de aquel lado triste de los divanes que visitó, del otro lado del que solo vuelven los dioses. Luce una coleta natural y un cuerpo algo dejado que recuerda a Antonio Bienvenida. Es un heredero de Sevilla sin trono, porque quizá Sevilla guarda luto por Curro y no hay príncipe que bese sus labios. Pero Morante tiene la llave del corazón de Sevilla, conoce el ritmo de su tic tac y es dueño de un formalismo único de interpretar el toreo, pespuntea cada suerte con duende único: detiene el tiempo en un toque de muleta, que es un trueno que envían sus muñecas. Esa mirada triste de ayer sobre el desierto amarillo del triunfo, roto y desgastado por la obra. Y ese remate al modo de Joselito el gallo, dibujando un acordeón rojo que sube por la espalda, lleva a la locura. Y esa gota de sudor gruesa y salada que ayer descendía por la sien del torero, era una lágrima por el desamor de Sevilla. Una lágrima despistada por la duna de la sien, porque los dioses no lloran como nosotros.
Gesto torero: se hizo espada el arte amorantado y riesgo y casi sangre. Hay en la mirada de Morante de la Puebla algo perdido para siempre, una mirada sobre el toro que viene del otro lado, de aquel lado triste de los divanes que visitó, del otro lado del que solo vuelven los dioses. Luce una coleta natural y un cuerpo algo dejado que recuerda a Antonio Bienvenida. Es un heredero de Sevilla sin trono, porque quizá Sevilla guarda luto por Curro y no hay príncipe que bese sus labios. Pero Morante tiene la llave del corazón de Sevilla, conoce el ritmo de su tic tac y es dueño de un formalismo único de interpretar el toreo, pespuntea cada suerte con duende único: detiene el tiempo en un toque de muleta, que es un trueno que envían sus muñecas. Esa mirada triste de ayer sobre el desierto amarillo del triunfo, roto y desgastado por la obra. Y ese remate al modo de Joselito el gallo, dibujando un acordeón rojo que sube por la espalda, lleva a la locura. Y esa gota de sudor gruesa y salada que ayer descendía por la sien del torero, era una lágrima por el desamor de Sevilla. Una lágrima despistada por la duna de la sien, porque los dioses no lloran como nosotros.
22 abril, 2007
Ventanales
Si esperas que cruce un semáforo vas listo. Daré un rodeo sobre la luz roja, oigo el rumor de un acantilado al despertar, desde un ventana se ve un mar azul inmenso precedido por una pradera verde. No hay cabecero en esta cama blanca como de algodón, hace las veces un ventanal rectangular y al amanecer el mar se despereza justo arriba de tus sueños, las olas y la luz son un despertador dulce y paciente.
El viernes, llegué a una cena por la llanura verde que conduce hasta el aeropuerto, una llanura larga e infinita con nubes color plomo desde donde si tu quieres puedes ver ya el final del verano. Una cena en la casa de las tejas de colores y un regalo de una hora que me llevó a volar con Curro emborrachado de tanto arte y conversación de la buena. Otro regalo: la atención del hombre tranquilo y ese momento en que bajó una manta y la extendió como un capote de lana sobre una amiga suya que tenía frío y que dormía y dormía.
El viernes, llegué a una cena por la llanura verde que conduce hasta el aeropuerto, una llanura larga e infinita con nubes color plomo desde donde si tu quieres puedes ver ya el final del verano. Una cena en la casa de las tejas de colores y un regalo de una hora que me llevó a volar con Curro emborrachado de tanto arte y conversación de la buena. Otro regalo: la atención del hombre tranquilo y ese momento en que bajó una manta y la extendió como un capote de lana sobre una amiga suya que tenía frío y que dormía y dormía.
21 abril, 2007
Leyendas
Jamás olvidaré la mañana del 17 de abril. En casa de Pepe Luis nos sentamos Emilio Muñoz, Joaquín Almero y yo. De Pepe Luis Vázquez, por si algún ágrafo de la historia de la tauromaquia se pierde. El maestro está ciego -la cornada de Santander pasó su factura-, pero sigue viendo el toreo como nadie. Nos sorprende su memoria, probablemente remasterizada en su soledad y en sus silencios. Habla del pasado con un sentido del humor envidiable. Recuerda que en su barrio de San Bernardo se hallaba la casa de Cúchares, que siempre se despedía de su mujer, cuando se iba a torear, con un hasta luego, «porque yo soy de los que vuelvo», advertía. Y también estaba el matadero en el que aprendió a torear con reses de media sangre, de medio pelo, donde debería haber acabado ayer la corrida infumable de Cebada Gago. En la mañana, Pepe Luis se distrajo mucho por México, con El Calesero, Silverio, Cantinflas -qué genio-, toreros que Almero le traía a la boca a punta de capote desde su tierra adoptiva, la tierra del picador Zacatecas, al que el Sócrates de San Bernardo le hizo un quite prodigioso: «Maestro, le debo a usted la vida». «La vida se la debe usted a Dios, a mí lo que me debe es el capote que ha rajado el toro». Y se reía Pepe Luis como si lo tuviera ante sus ojos, como si ayer fuera hoy y bajo su balcón del hotel Puerto Bahía se recrease todavía un Emilio Muñoz de doce años, desnudo en la playa de Valdelagrana con el bañador y los avíos: «¿Quién es ese chico?», preguntó en la recepción. «El hijo del Nazareno», le contestaron. Y tras hablarnos de Belmonte, Chicuelo y Marcial, por este orden, y partiendo desde el criterio del arte a la admiración por la técnica, progresivamente, le dijo al trianero en la despedida: «Tú eres de los míos, Emilio». De repente, bajo el mítico toro disecado de Castillo de Higares de Madrid, la historia se elevaba sobre la figura de un hombre sencillo que, por si los desmemoriados del arte prefieren, las cifras, digo, salió dieciséis veces a hombros en la Maestranza, toreó cerca de cincuenta tardes en Las Ventas, otras tantas en Barcelona, y ahora todavía habla de sí mismo con la misma naturalidad con la que mecía el capote a pies juntos, con idéntica sencillez con la que desplegaba el «cartucho de pescao», con la genuina humildad de los genios.
16 abril, 2007
Lunes color malva
Aniversario
Busco una calle para sentarnos sin frío. Busco una cuesta arriba que no te canse, que no te pueda; y si se cansan tus bronquios, te llevo en mi mano. Busco un banco abierto al cielo donde contarnos sin prisa la vida y busco tu voz ronca de dormirte tarde, tu sombra de hombre bueno, tu tos de humo y de frío, tu voz grave con consejos de güisqui y aquellos cigarros de madrugada.
Busco la cicatriz que dejaron tus abrazos y el crujir de tus huellas en la tarima de esta casa ahora vacía. Busco la letra azul de tu estilográfica y el olor de tu cuello de Loewe. Y busco otra vez tu voz, y tu mirada que me llama, y al acudir se esconde.
Busco la cicatriz que dejaron tus abrazos y el crujir de tus huellas en la tarima de esta casa ahora vacía. Busco la letra azul de tu estilográfica y el olor de tu cuello de Loewe. Y busco otra vez tu voz, y tu mirada que me llama, y al acudir se esconde.
13 abril, 2007
Endorfinas
Desperezo el sueño con agua fría y si levanto la vista veo como viene un lunes con sabor amargo de número 16. Sobre el ventanal nadan las gotas de agua de una tormenta y Camarón me mira y no me quiere quizá por la custodia mal compartida.
En el plomo de los días hábiles vivo al sur lejano de las playas de arena blanca y fina, en el desierto azulado de la moqueta ponen grilletes a nuestras horas, con esa luz artificial que nos broncea de tedio. A veces arrastramos los grilletes hasta un patio grande con geometría de cárcel, un patio a cielo abierto donde recibir un par de bofetadas de aire limpio, de luz buena. Puedes salir de día si quieres, con los tobillos adormecidos por los grilletes, a veces con esa sensación de beso sin labios y con ritmo lento de tranvía puedes sumergirte en una tarde de gabardinas y paraguas plegados. Un día, un anochecer con risas te salva de los números rojos y otro te salva un picnic turco con palabras y compañía que abriga y otro te salva el corazón a 170 latidos por los senderos de un parque mojado y verde que mata los cuadriceps y hace que a cada zancada sientas las endorfinas correr como escalofríos por la piel, endorfinas que como ramas de bambú sostendrán la sonrisa de mañana.
En el plomo de los días hábiles vivo al sur lejano de las playas de arena blanca y fina, en el desierto azulado de la moqueta ponen grilletes a nuestras horas, con esa luz artificial que nos broncea de tedio. A veces arrastramos los grilletes hasta un patio grande con geometría de cárcel, un patio a cielo abierto donde recibir un par de bofetadas de aire limpio, de luz buena. Puedes salir de día si quieres, con los tobillos adormecidos por los grilletes, a veces con esa sensación de beso sin labios y con ritmo lento de tranvía puedes sumergirte en una tarde de gabardinas y paraguas plegados. Un día, un anochecer con risas te salva de los números rojos y otro te salva un picnic turco con palabras y compañía que abriga y otro te salva el corazón a 170 latidos por los senderos de un parque mojado y verde que mata los cuadriceps y hace que a cada zancada sientas las endorfinas correr como escalofríos por la piel, endorfinas que como ramas de bambú sostendrán la sonrisa de mañana.
09 abril, 2007
Madrid
Parece que la mirada del niño engrandece lo que toca y hace monumental un castillo de arena. Cada vez que vuelvo a Las Ventas me parece que se achica, que es menos monumental que la plaza que tengo en la memoria. No entendí las declaraciones de Talavante en entrevistas y telediarios, afirmando que el domingo de resurrección era un buen día para morir. Si creo en la leyenda de Ordóñez que decía que un torero debe salir a dejar la vida si quiere ser figura del toreo media docena de tardes al año. Sobra utilizar la vida propia como eslogan de una tarde, siquiera como una actitud, porque la actitud, el desafío y la mentalización es un perfume que llega al tendido. He pasado muchas horas sentado en un tendido, intentando definir el toreo, pero son momentos como el de ayer los que hablan por ti, sientes lo que ves. Sentir el toreo no se si ayuda a teorizarlo, ni siquiera a explicarlo pero desnudas y palpas lo intangible.
Tiene un don Talavante para sacramentar los tiempos, para que la gente mande callar en Madrid con el “sssssssssssss” y los ojos de veinticinco mil espectadores sean un gran foco que ilumina la escena. Tiene Talavante una sombra tomista que le acompaña, una sombra de ciprés alargada, un mimetismo no se si natural. Ese mimetismo, esa sombra se proyectó en el toro de la confirmación, una faena valerosa, aunque pensada desde el hotel. Y el sexto: un manso toro que apagó la sombra tomista, la impostura y destapó el Talavante que torea sin la luz de los espejos que admira: tres series llenas de emoción, quietud, pureza, temple y manos bajas, que hicieron que Madrid rugiera.
Hubo también tres, cuatro naturales de Manzanares, un torero lleno de técnica, hondura y clase, sin entrega. Manzanares liquida letras de cambio que giraron a su padre y marca las cartas: el pico, las afueras, siempre al hilo del pitón, del compromiso y del riesgo. Y hubo tambien un torero que Madrid maltrata sin compasión ni respeto. Un Madrid a veces perdido que protesta hasta los toros pregonados, como si eso fuera una cojera, una invalidez. En fin.
Tiene un don Talavante para sacramentar los tiempos, para que la gente mande callar en Madrid con el “sssssssssssss” y los ojos de veinticinco mil espectadores sean un gran foco que ilumina la escena. Tiene Talavante una sombra tomista que le acompaña, una sombra de ciprés alargada, un mimetismo no se si natural. Ese mimetismo, esa sombra se proyectó en el toro de la confirmación, una faena valerosa, aunque pensada desde el hotel. Y el sexto: un manso toro que apagó la sombra tomista, la impostura y destapó el Talavante que torea sin la luz de los espejos que admira: tres series llenas de emoción, quietud, pureza, temple y manos bajas, que hicieron que Madrid rugiera.
Hubo también tres, cuatro naturales de Manzanares, un torero lleno de técnica, hondura y clase, sin entrega. Manzanares liquida letras de cambio que giraron a su padre y marca las cartas: el pico, las afueras, siempre al hilo del pitón, del compromiso y del riesgo. Y hubo tambien un torero que Madrid maltrata sin compasión ni respeto. Un Madrid a veces perdido que protesta hasta los toros pregonados, como si eso fuera una cojera, una invalidez. En fin.
PD.- Me gustó tu historia, la de la huella del número 38 que descubrió tu padre en el cristal de la ventanilla.
07 abril, 2007
Telegramas
Leo un reportaje sobre Manolete. Cuentan lo sabido, por ejemplo que el torero envió un telegrama desde el aeropuerto de Barajas a su madre con el texto: “Madre te juro por ti que no me he casado. Besos. Manolo.” Ahora los telegramas se cincelan con el dedo pulgar a toda prisa, guillotinando las palabras, comiendo vocales y comas, haciendo de la sintaxis un lenguaje encriptado de entreguerras. Casi no he mandado telegramas, a veces en la era antes del móvil, envié alguno para que llegaran hasta alguna habitación de hotel y felicitar las salidas en hombros. Después nada, algún telegrama obligado para advertir alguna prescripción, la extinción de algún contrato. Hay algo en los sms, en las letras que salen de la tinta de nuestros pulgares que tienen algo de telegrama. Un sonido leve a veces, hace de funcionario de correos que llama a tu puerta y te despierta del sueño de lo que estás haciendo, para advertirte si acaso que alguien se acuerda de ti, para que unas cuantas letras apenas incomprensibles caigan sobre un instante y te desperecen la sonrisa.
Over the Rainbow
Si quieres música te doy el piano que me llega por el cable blanco, el piano de Keith Jarret tocando Over The Rainbow. Un directo desde La scala, que llega con suspiros, toses y aplausos. Pliego tarde el día como un mapa. Corrí a toda prisa quizá porque mi espalda era un rompeolas impulsado por el viento, estiré las agujetas que dejan tres kilómetros y las noches sin sueño. Camarón corriendo en una explanada verde, un estanque en forma de luna en cuarto decreciente, dibujada por una hilera de chopos. Veo la ciudad desde arriba y sus luces de noche de rock y pienso en como será tu noche hoy en tu casa junto al mar, en tu casa hecha de sueños de sidra. Nos acordamos de ti que encontraste a tiempo una bandera azul en Asturias, como una patria verde con el único gobierno de un mar de caracolas . Y te veo ahora en el chalet subido en lo alto de una escalera que sobrepasaba el tejado lanzando caramelos o sentado en el balancín del porche, como si los días no hubieran pasado, como si el tiempo se hubiera quitado los tacones, como si se hubiera descalzado para no advertir su paso. Como si fuera hoy.
05 abril, 2007
Fotografías
Suena como banda sonora (Are you) The one that I´ve been waiting for, de Nick Cave & the bad seeds. Hay un álbum de fotografías dentro de nosotros, como aquellos que cubrían las fotos con papel cebolla. Los fotogramas llegan a nosotros sin quererlo y allí se quedan nítidos y tatuados. Voló una fotografía al álbum de la memoria la noche del martes, cuando vi a Jaime esperarme con el hombro apoyado en el poste de una parada de bus, con un abrigo oscuro ceñido, un cigarrillo blanco que se veía a lo lejos, como sosteniendo el equilibrio de una ciudad que para él tambaleaba a 7 grados en la escala de Richter. Volví tarde con el perfume de channel de los bares mezclado con el sueño, con las velas del pobre Clio agitadas por el aire, esperando que las malas noticias sean solamente una cornada de espejo.
Futbolistas
Lleva todavía Juanito el balón pegado al pie por la línea de cal de la memoria. Yo estaba cuando el Bernabeu cantaba aquello de “… Juanito maravilla…”. Vi a Juan Gómez “Juanito” vestido de corto torear con buen aire algún festival: un torero vestido de blanco y Copa de Europa, con los cuadriceps reventando la taleguilla. Juanito era un rey del exceso, un héroe del césped, del balón y el barro y las ojeras de la noche en las botas de tacos. Tenía el duende vertical de los extremos y el olfato de gol iba más allá del límite de la red. Siempre que rebaso en una autopista un camión de troncos recuerdo al futbolista, los años que al volver yo de entrenar soñaba escuchando la Copa de Europa en la radio, un transistor que era una pantalla de plasma, un catalejo y un abono directo al segundo anfiteatro de Chamartín. Era un torero en una pradera verde, un futbolista sin diadema, ni peineta, sin camisitas que espantan el sudor. Lucía Juanito una elástica de algodón con el 7 a la espalda, una camiseta que guardaba el sudor y el espíritu del Madrid de entonces como un tesoro. Era Juanito uno de esos toreros de salón, de faenas de toalla blanca antes de entrar en la ducha. Un torero metido a futbolista por un rato. Cuando se retiró en La Romareda, Curro Romero le cortó la coleta en la boca de riego del césped y no pudo haber mejor final.
03 abril, 2007
60 minutos
60 minutos es tiempo suficiente para dormir, dejar abierta la ventana, bajar por el tobogán de un sueño y despertar. Hay segundos suficientes para pisar el acelerador y aterrizar en un valle donde habite el silencio y el rumor de un río que baja. En 60 minutos da tiempo a marcar un número y viajar a Nueva York y escuchar el eco de oleaje y aterrizajes del JFK. Sobran minutos y no importa el tiempo para mirarte a los ojos. En 60 minutos tengo tiempo para amalgamar mil o quinientos recuerdos y cien sueños, para compartir un café, dos azucarillos, un amigo y tres cigarros que hacen cinco gramos de humo. Y en 60 minutos da tiempo para que José Tomás prenda una hoguera con fuegos de artificio antes de San Juan, para incendiar la taquilla de Barcelona, para convertir la Monumental en una taza de plata estilo Gaudí y para necesitar el Camp Nou como coso a medida, como un Madison Square Garden de la expectación cubierto de albero.