31 enero, 2006
26 enero, 2006
Vértigo
23 enero, 2006
Olas de agua dulce
22 enero, 2006
Autoayuda
Yo necesitaría una sección de asistencia diaria: para cruzar la telaraña del día y de parte de la noche. Cómo no perder el ánimo ante la inconciliable vida familiar y laboral, cómo no desesperar al ver las listas de espera en la Seguridad Social, como sobrevivir a contratos basura, a las madres y padres que educan hijos con una mano delante y otra atrás. Cómo sobrevivir a la falta de verde en Castilla, a las mañanas de cencellada, a la vida en pardo y gris. A la nube de los ERES que se pasean a su antojo por la infantería de las mesas de trabajo. Cómo sacar una familia, un proyecto adelante con dos salarios que parecen medio. En fin, el silente descenso de lo cotidiano que viaja a la velocidad de la luz, que pasa inadvertido para no hacernos pensar. Si piensas o si desistes puede que viajes eternamente muerto en el último asiento de un vagón de metro. Lean, Ángeles en el Subsuelo –casi es el título de una novela-, dejen de mojar el cruasán y cierren a los columnistas plañideras de la prensa del día, que intentan anestesiarles con estatutos, batasunas y fútbol. Tomen nota de uno de los príncipes que han encontrado la fórmula, aunque sea en el exilio, sentado en una azotea de Nueva York, con las piernas y el alma colgando al abismo de la próxima cadena de palabras. Solo. Para luego contarlo.
19 enero, 2006
Mozart
Primera Línea
Hay veces que conoces a alguien y al instante te ha cogido por las cachas. Corazones imantados, hasta que uno de los dos corazones decide cambiar el polo positivo o el negativo y ya casi nada encaja. Con los libros pasa igual. A veces el comienzo de una novela te arrastra hasta la caja, con la visa entre los dientes. O te tumba por K.O. en la soledad de la habitación, te agarras a las cuerdas y bajas con tiento el escalón de cada línea, para constatar que era cierto lo prometido. Con miedo de volver a caer noqueado esta vez por el gancho directo al hígado de la desilusión o de las trampas. Algunos libros me han atrapado por la pechera desde la primera línea y me he dejado caer al vacío de su historia. Recuerdo,
1
Vine a Madrid para matar a un hombre a quien no había visto nunca.
Beltenebros, Antonio Muñoz Molina
Dos recientemente,
En el centro de nuestras vidas hubo un verano. Un poeta que no escribió ningún verso, una piscina desde cuyo trampolín saltaba un enano con ojos de terciopelo y un hombre que una noche se llevaron las nubes. Los días cayeron sobre nosotros como árboles cansados.
El camino de los Ingleses. Antonio Soler.
Llevabas una existencia al borde de la legalidad, que era terreno propicio para sentir el amado relente de la prisa en el cuerpo.
El fulgor y los cuerpos. Julio Valdeón Blanco.
No me digan que no les apetece seguir leyendo.
18 enero, 2006
El Loco y la Colina
Por lo demás una mujer me propone subir una colina, retener el mundo entre una docena de paredes blancas, encaladas, vacías. Un lugar donde detener el sueño, donde entre almohadas vernos caer los párpados como un sobre cerrado. Donde encender la luz nueva, las fechas y el ansia por seguir. Una nueva penumbra donde reflejar los cuerpos limpios de ropa, donde los recuerdos, el tiempo, los besos, la conversación y los amigos, reposen bajo la luz de una nueva ventana. Bajo ese color berenjena del cielo metido en septiembre. Acepto: "Veremos, en fin, si asaltamos la banca y le hacemos un descosido a la razón, si insolados por la pasión, la soledad y la decencia ganamos el partido, aunque sea en el último minuto, de penalti y con la mera punta de la pinche verga, güey."(Deudas y Letras. Spleen de Nueva York.)
He escuchado la voz del Loco de la Colina, la misma voz que mi abuelo me regaló –auricular en vena- hace unas cuantas miles de noches. Que importa el tiempo. Espero que Julio se siente pronto, fumando claro, dándole los frentes y el medio pecho al Loco y en un momento le pegue diez o quince pases, para que más. Las Ventas boca abajo. Y un editor saltando como un resorte del asiento para marcar un teléfono de Nuevayó. Provincia de Granada.
Levanto la vista del diván, las farolas iluminan a quemarropa el hielo del asfalto. El cielo está blanco como si de un momento a otro se fuera a desplomar la nieve, esa nieve que de solo imaginarla, me ha dejado en blanco y desarmado, esperando que en algún amanecer silente, cómplice único, me llame mi padre y podamos charlar un rato de lo nuestro.
16 enero, 2006
Camarón
He visto a un Dios detrás de unas gafas negras y un pelo aleonado. Hoy en la butaca de un cine, a ratos nos pareció que Oscar Jaenada no era Jaenada, sino El Camarón de la Isla. El sueño va sobre el tiempo, flotando como un velero.
P.D.- El perro se llamará Camarón.
15 enero, 2006
LaboresDeTienta
Es Morante, meciendo la embestida con tres dedos ingrávidos, el mentón hundido. El cuerpo olvidado.
14 enero, 2006
Paula
De Negro y Azabache.
13 enero, 2006
León con botas y sombrero
12 enero, 2006
AromasDeChenel
Joaquín Vidal. El Pais. San Isidro. Junio de 1981. Crónica que conservo.
Antoñete tiene una baraja de póker por corazón y una escalera de corazones en cada muñeca. Antonio cantaba fandangos de toreo clásico. Era la majestad, la elegancia, la hondura y la distancia. El toreo eterno. Antonio daba treinta metros a los toros. Se colocaba de frente y la muleta lo más adelantada posible, rozando las campanillas del arte y los ángeles flamencos de la emoción. Los segundos muletazos a menudo con la muleta retrasada, se convertían en enteros. Temple, temple y más temple. Y su gran obra: la media verónica de raíz Belmontina. Su media verónica era Triana pasada por el tamiz castizo y cheli del Foro. Y ese ir y venir de la cara del toro con la muleta arrastras y el pecho enfisematoso por delante. Los huesos rotos, partidos por toros y mujeres de una pieza.
En el patio de cuadrillas Chenel se colocaba siempre en el mismo rincón, liaba cigarrillos de miedo y responsabilidad. Le conocí en un hotel de Zamora un mediodía. El estaba solo, en mitad de un salón. Frente a una televisión que retransmitía la final del torneo de tenis de Roma. Una espuerta de cigarrillos acribillados y un paquete de rubio en números rojos. Era otro hombre, no era el hombre que se transformaba en el ruedo en César del toreo. Su mirada siempre fue nostálgica, triste; como recién salida de una timba en quiebra. Era más bien un hombre débil, delgado y viejo. Conocimos bien a su mozo de espadas: Federico Canalejas, a quién el cáncer le arrancó media cara. Fede, era guasón, cuando alguien iba con una copla de letanías a preguntarle de toros y el andóbal no le convencía -cosa común-, decía muy serio: “es que mire usté, yo de toros no se ná, he venido hoy y otro día que me llevaron en Madrid”.
A veces por la noche me paso películas de faenas grandes, como la del toro de Garzón: Cantinero. Le doy al pause y atrás y adelante, hasta que Chenel descumple 20 años por naturales en mitad del ruedo del salón.
09 enero, 2006
Harlem
AsturesyTartesos
Yo estudié Historia del Derecho, con un majadero húngaro que fardaba de sangre real, azul como su chepa de lana azul marino. En un examen oral me solicitó que le hablara veinte minutos de Astures y Tartesos, después la fecha del Tratado de Tordesillas y puerta la becerra.
Mañana esta casa de locos queda para mí. El ejército aliado vuelve al cole y yo tengo número para comenzar el spleen Inem. En primera fila para ver de cerca el lunes al sol de enero, sin mar de por medio. Por las venas me corre pólvora y en mi cabeza se me aparece Tony Soprano, después de vernos tres episodios en ráfaga de metralleta para el tedio y las tardes de invierno en domingo. Los vemos juntos, salivando buen cine, soñando detrás de la línea de horizonte que marcan los hercios. En el sofá, que este fin de semana ha naufragado dos veces, bandeja por la borda. Después y gracias al zapping, me paladeo un documental sobre la Ruta de la Plata: parte asturiana. Cambio la bruma y la neblina por el verde y los valles, que se alejan y se acercan, que bajan y suben hasta conformar un paisaje de olas en verdísima espuma de prado. Mieres y las minas de carbón que mutaban en cal. Los poblados mineros diseñados jerárquicamente: las viviendas de los jacobinos y las casonas de los ingenieros. Las escuelas y zonas comunes. Los hospitales que aplicaban salud a golpe de barracones. El puente romano de Campomanes. La vía romana de la carisa –publio carisio- de la época de Augusto, que no es mi preferido. Parada y fonda en la Pola de Lena, villa tatuada en el latido de corazón de Bolín. Fonda en la casa de Vital Aza y parada en la belleza de la iglesia de Santa Cristina de Lena, prerrománico asturiano, donde se acuartelaron un grupo de mineros revolucionarios, hasta que los chicos de Franco Bahamonde solucionaron el incidente a manadas de hostias con tricornio y disparos. Disparos que dajaron tuertas algunas de las piedras de este emblema. Cerramos el fin de semana en la Pola hacía Pajares, hacía territorio de Astures y Tartesos, después de pasar justo ayer –casualidades- por territorio Astur en Fort Apache, donde un tarteso me pasó un naipe en blanco y negro, fotografía que llevaba serigrafiada la ley de Mendel, 50 años atrás; los mismos ojos de luna cuajada, el mismo gesto pizpireta de la nena que ayer se vendaba con tiritas la infancia y el recuerdo de una resaca de Reyes. Marcas, para reconocerse a la mañana siguiente y saber que la dicha existe, que no es un camelo. Que hay Reyes y padres que le acunan y le besan. Que hay alguien, -de a sus ojos espalda infinita-, que regresa de no se sabe donde, para arrebujarla entre sus brazos.
07 enero, 2006
06 enero, 2006
Zapatos bajo la Luna
La mañana y la tarde me traen ecos del pozo desangelado, miedos, anuncios de finiquitos, compañías perdidas. El Niño de Zaratán me convoca a una sauna y jacuzzi gay. La conversación nos enreda, nos despista y acabamos subiendo la loma y calzándonos un chocolate con churros para escupir el frío, como dos obispos con tres parroquias. El niño se ha recortado el rizo, pero sigue con su mirada miope y cariñosa sobre la vida, sobre mí. Nos despedimos, la chica prudente le esperaba en el nido que queda justo al salir del túnel.
Me echo a los lomos las últimas gotas, aceite para la bitácora, del orujo que preparé gracias al León de Sabero. Orujo verde oliva y oro. Echo de menos al León, ya no tengo con quién hablar de balonmano, con quién compartir las ondas de la radio, con quién compartir dentífrico y jabón y horas y minutos de excell. Recuerdo cuando compartimos pinganillo para escuchar a la limón el nombre del nuevo Papa Mazinguer. Le aprecio de verdad, a este León de la mina.
Abrillanto los zapatos y les doy lustre de esperanza, para que nos traiga Melchor un billete al exilio. Me temo que es consejo certero del Obrero del Blog. Como Jaime, que llena a paladas de ilusión maletas para cruzar Europa y llegar a comerse el mundo a un rincón cerca de Oslo. Jaime llegará lejos. No ya porque su corazón late en poesía, sino porque tiene una cabeza bien amueblada y los codos pulidos con madera de boj. Le conocí de niño, cuando sólo bebía leche y leche embadurnándose los morros de blanco nuclear. Leche y leche para sus músculos que saciados fueron dejando caer gotas y gotas de manjar blanco, hasta blanquear el corazón. Ojalá tenga suerte y se sienta abrigado por el frío noruego y equilibrado por la Norwegian Wood.
Me retiro al sofá, en Digital plus pasan un documental especial sobre Salvador Allende. Solo la imagen de este hombre me atrae. Con esas gafas negras de pasta rectilínea y gruesa, parece Spencer Tracy. Pena de hombre, de médico, de fundador del Partido Socialista, de moralista. Admirador de Mao, del Che y de la paz. Pena de pensamiento libertario. Pena de República. Pena de hombres, mujeres y niños que murieron acribillados por los sables de locos militares. “No daré un paso atrás, sólo desharé La Moneda cuando cumpla el mandato entregado por el pueblo, solo acribillado a balazos…”. Allende fue enterrado en Villa de mar, en una tumba que no llevaba su nombre.
P.D.- Para el Obrero: encontré "Un ataud de terciopelo...para un mito de papel". 1ª Edición.1980. La hostia.
04 enero, 2006
Castilla
Galileo
Las cábalas de los regalos están rematadas. Queda sólo el cumpleaños de Iñigo. Al pobre se le junta el hambre con las ganas de comer. La doctora que da besos a cuenta gotas, le regaló una agenda con GPS, suponemos que para que no se pierda, para que sepa que el amor le queda justo en Manuel de Falla. Yo prefiero la falta de certeza, no saber a veces a donde voy. Iñigo trabaja en un banco. Es miope, grande y bueno y no le gusta pisar el embarrado ruedo donde la gente se hiere. Se deja las pestañas a diario para que los Botines de turno abrillanten sus lingotes en las Islas Caimán. Sube y baja a diario el Manzanal y la carretera serpenteante que llega al frío siberiano de Tremor. Sube en busca del porvenir, llueva, nieve o luzca el sol. Es tranquilo, si una bomba cae a su lado preguntará al de al lado qué hostias ocurre. Nos vemos a menudo. Nos gusta. Hemos hecho un territorio de afectos consentidos. Siempre hay una excusa, un cocido maragato, un cumpleaños, unas castañas, el Bierzo, las Cíes, un viaje o el bendito membrillo de la abuela de la doctora, Dios salve a la abuela. No he vuelto a verle desde el GPS. Curioso aparato. Le eché un vistazo, dispone de una opción denominada "Casa" para regresar a tu hogar. Y puedes elegir la voz que tú quieras, para que te asegure que has llegado a tu destino. Es ideal para gente perdida, para quienes no saben bien cuál es su lugar en el mundo. O para quienes duden entre cuál es su verdadero hogar, el de su amante o el de su esposa. Creo que el sistema es capaz de llevarte hasta el lugar que elijas, con un margen de error mínimo. Otra cosa es que te sientas perdido al llegar al lugar donde te diriges, o que te sientas defraudado y perdido llegando al lugar que deseabas. Yo le propondría que me llevara a la calle Goya, donde vivía con mis padres de pequeño. O mejor a la calle de la Luna, para ver salir de casa a mi abuelo hecho a medida, limpio y caballero, con su traje impecable, con un periódico o un libro atrapado entre sus largas manos. Con los zapatos recién lustrados. Con la vida y el cuerpo cosido a puntadas de renuncias y esperanzas. En fin. No sé el Galileo que viene, pero las máquinas aún no han atisbado la primera esquina de nuestros sueños.
03 enero, 2006
MercadosyManjares
Me entrego a los mercados. Los de toda la vida, los que en medio paso cruzas de la casquería, a la marisquería y a una zancada una frutería y una cantina. Sin escaleras mecánicas encuentras floristerías y un despacho de aceituneros. Ni rastro de la secta de ingleses insípidos con traje y mujeres con faldas azules abotonadas debajo justo de sus tetas. En los pasillos transitan viejas con la pensión agonizante, prejubilados con las manos anudadas atrás y sin nada que hacer con prisa en los próximos 20 años. Mamás recién estrenadas que pasean sus retoños enfundados en mil prendas. Y todo es colorido y dinamismo. Y el olor sin perfume que tiene los alimentos naturales.
Compro tres partes de kilo de almejas marinera, que se abren y se cierran tímidamente en la bandeja. En casa espera una cazuela de barro empapada con aceite de oliva. Cuando llegue partiré pimiento rojo o verde y media cebolla. Lo pocharé tranquilamente. Zambulliré en la cazuela media docena de patatas partidas. Se rehogará, mientras hago un machaqueo de ajo, perejil y un chorro de vino blanco de Serrada. Unimos el ajo, el perejil y el vino blanco. Luego el caldo que resulta de la cocción de las almejas inundará las patatas. Sazonamos. Mezclamos las almejas y a cocer a fuego medio. Manjar. Descorchamos una botella de Albariño.
02 enero, 2006
Río Abajo
Venía escuchando Clarín de R.N.E. que dirige el traicionado Fernando Fernández Román, acuchillado por los Nerones del Ente. Compartí horas con olor a azahar y cariño mutuo con Fernando. Pocos conocen su verdadera cara en carne viva: el amor a la fiesta. Hoy ha convocado a los sacerdotes de la crítica. Ninguno merece el báculo, digna herencia de Corrochano o Díaz-Cañabate, como Javier Villán, a la sazón crítico taurino del diario El Mundo. Villán es pluma cara, elegante y curtida. Villán es un sabio del teatro, es un hombre del renacimiento educado entre sotanas, que lo mismo te recita todo el teatro clásico, que escribe un libro de memorias de los juegos infantiles de nuestra Castilla la Vieja. O arrodilla en el confesionario a Francisco Umbral. Una noche en Zaragoza, seguí su bastón hasta su habitación en un lujoso hotel, para charlar con el de su obra mayor: Sombra Iluminada. Un libro de culto y entrega al Curro de Madrid, al Curro que sin romero, verdeo la memoria taurina de unos cuantos sentimentales. Curro Vázquez. El torero que a veces se aparecía; porque hay toreros que torean, otros que pegan pases y otros que se aparecen. No hace mucho compré otro libro sobre Curro: “Pasa un torero, Curro Vázquez desde dentro”, por Rubén Amón: que escribe de toros como Dios.
Han disentido sobre la temporada que se viene. Me temo que la única y posible ilusión se llama Cayetano y un chaval que surgió de la sangre valiente y fría que aguantó la ocupación nazi del gueto de Varsovia: el francés de sangre polaca, ojos azules y piel blanquísima, Sebastián Castella, que ofrece safenas y femorales sin cambiar el gesto.
Después de estas palabras de invierno taurino, la noche se tumba fría y cerrada, cargando la luna la pólvora del amanecer. La primera noche nueva que estrena este año, ya acuna a los lobos que mañana se sentarán en mesas de despacho. Ya duermen con un puñal debajo de una almohada. Espero que no tropiecen con el León de Sabero, ni con ninguno de los nuestros.
Yo en cambio no dormiré de momento, me resisto al abismo del sueño. Me recuesto en los tiempos del filo de navaja. Me abrigaré con un manto de papel burbuja por estallar y así ir deshojando la margarita blanca de los próximos meses. Muerdo la esclavina de este deambular y cierro esta entrada con media verónica a pies juntos:
sombras al doblar las esquinas del messenger en pleno invierno.
Me alegra ver que la noche sigue,
entre los libros que toco con los codos,
en el acompañar de Bill Evans que toca un nocturno,
solo para mi,
en mitad del arrabal de la ciudad del trigo,
ayudándome a buscar pisadas en la nieve
que me enseñen con los ojos tapados,
el camino de regreso hasta la chica
que dejé remando entre el sueño y las sábanas.